Kinich Ahau, desde la mística tierra del Mayab

En todas las culturas antiguas, incluyendo la Grecia clásica, existía el culto al “fuego sagrado”. Así, Helios ─el Sol─, quien pertenecía a la generación de los Titanes, tras haber sido ahogado por ellos fue aceptado en el Olimpo como un dios. Del mismo modo, para la civilización maya, Kin es esa energía radiante emanadora de vida, el Sol, por lo que la sabiduría ancestral que se extendió en el Mayab conocía con toda profundidad el vínculo entre este astro y el hombre, no sólo como un marcador cuerpo celeste, sino también como representante de la fuerza masculina generadora de vida que baña incesantemente a su contraparte femenina, la Tierra.

De ahí que la presencia ígnea del Sol deba ser captada por una esencia capaz de absorber su poder, para después reflejarlo a la humanidad por medio del servicio sacerdotal. Kinich Ahau es entonces el sumo sacerdote maya; nivel ascensional que alcanza el merecimiento de ser nombrado “custodio del Sol”, de esa fuente ilimitada de poder creador que, desde el centro de este sistema planetario, anima toda vida.

En consecuencia, Kinich Ahau es el encargado de dirigir a un grupo de seres conscientes, con una diáfana comprensión de lo divino, que los hace vibrar en alta frecuencia y totalidad. Como esencia cósmica de la energía solar, parte de su labor es depositar en el templo receptor la “llama de luz eterna” para que en ella se condense la misma irradiación aquí en la Tierra.

La llama, por su propia naturaleza, se ubica en un plano etérico, de modo que para que logre descender se necesita que la humanidad consciente produzca un ambiente energético lo suficientemente poderoso. Se cree que toda vez que la energía lumínica baja, se crea una nueva consciencia en la humanidad, puesto que al obtener una frecuencia vibratoria distinta se puede cambiar a otro nivel de vida, de existencia y de comprensión.

Asimismo, se modifica la vibración de la Tierra sin tener que experimentar cataclismos ni sufrimiento alguno. Esto debido a que en el momento de trabajar con la luz se hace en perfecta armonía, de modo que las transformaciones se manejan desde los planos más sutiles de la consciencia. El poder energético de la “llama de luz eterna” actúa en forma de ondas expansivas que van limpiando todo a su alcance hasta convertir el ambiente en benigno y positivo para la humanidad entera.

Se trata entonces del nacimiento de una nueva etapa, de una nueva forma de existir, enmarcada por los ámbitos más armoniosos. Así, la radiante presencia del sacerdote del Sol o Kinich Ahau, pide la unión de la humanidad con las fuerzas del conocimiento, del amor y el equilibrio.

Las pirámides fungen como un equilibrador entre las fuerzas cósmicas y las terrestres, de ahí que se hallen envueltas en un plano etérico. En su parte superior, donde el círculo se inscribe en el cuadrado total del monumento, el sacerdote maya lleva a cabo su retiro etérico para recibir los rayos solares que estarán alimentando de forma constante “la llama de luz eterna”, a partir del momento en que el astro rey se ubique en el Medio Cielo.

Esta irradiación baña toda la pirámide visible, así como a la no visible, es decir, aquella pirámide invertida de igual proporción cuya parte más angosta apunta hacia el centro de la Tierra, de modo que la energía proveniente del Padre Sol circule por la figura romboidal formada por la unión de ambos tetraedros hasta llegar al interior de la Madre Tierra.

Cabe señalar que justo en la parte media de dicha figura, en la superficie de la tierra, se ubica el nivel del plano humano. Es ahí justamente donde se requiere el trabajo de reconexión, sobre todo al considerar que la humanidad ha materializado y olvidado su esencia divina, ha dejado de comulgar con la naturaleza, ha generado discordia y ha roto el vínculo energético que proviene del orden cósmico.

Por eso se convoca en la celebración del Kinich Ahau a seres conscientes que hagan el trabajo de unir la energía celeste con la terrestre. Se les llama “conscientes” porque de antemano aceptaron servir de receptáculos para que el flujo cósmico los atraviese nítidamente (desde su chakra coronario y pasando por cada nivel de su ser), de modo que éste salga tan puro como fue recibido. Por lo tanto, la gente que forma parte activa de este vínculo debe dedicarse, antes de la ceremonia, a centrar su energía.

Durante el trabajo espiritual se mantiene la dualidad: mientras los hombres reciben Luz con su chakra coronario, las mujeres la envían mediante su primer chakra o coxis. Así se logra tener un enfoque de conciencia: acoger y ofrecer. Es también importante mencionar que al vincular la energía cósmica con el tercer chakra, correspondiente al plexo solar representado en el Chac Mool, se inicia la apertura de esta suerte de altar que por siglos ha estado cerrado debido a los impactos emocionales sufridos por la humanidad.

Por consiguiente, el Kinich Ahau permite equilibrar los tres soles ─el del Padre Sol, el corazón de la Madre Tierra y el plexo solar del hombre consciente─ para que la Luz se extienda a todos los confines del mundo, del mapa terrestre y estelar.

La península de Yucatán es entonces la tierra sagrada maya donde se encuentran las tres zonas prioritarias para el trabajo espiritual del Kinich Ahau ─Chichen Itzá, Mayapán y Uxmal─ , donde cada una está marcada por un tono vibratorio particular.

Tras una serie de conferencias y meditaciones dentro del conocimiento sagrado maya por parte del maestro Kinich Ahau, se procede a visitar primero Chichen Itzá. Este Gran Colegio de Iniciación fue el centro de sabiduría donde se daba lugar la transformación del Ser al elevar la conciencia serpentina desde el nivel terrestre hasta el cósmico.

Una vez que se pasa por esa zona de “saber”, las prácticas continúan en Mayapán, el centro del poder que une el sitio donde los grandes maestros recibían los comunicados superiores y los sacerdotes realizaban estudios y contemplaciones.

De ahí se está listo para la ceremonia solar en Uxmal, donde se genera el poder de la conciencia plena, ya que por haber sido sede de los sabios antepasados aún conserva la fuerza para dirigir, gobernar e irradiar la “llama de luz eterna”. Es ahí, en la Piámide del Adivino, cuando el Kinich Ahau abre su retiro etérico para poder acceder a su luz y beber en la fuente de su conocimiento, de modo que permanece abierto durante todo el mes de mayo, el mes de María, el tiempo en que la tierra es simbólicamente fecundada por el Sol.

En este sentido, con el “despertar” de esta Triple Alianza se da una apertura de energía lumínica en forma de ondas expansivas que van limpiando el efluvio psíquico del planeta, a modo de un poderoso baño de fuerza vital. No sólo se concentran los rayos solares en la “llama de luz eterna” para ir descendiendo por la pirámide, a través de los participantes postrados alrededor de su base y hasta el centro de la Tierra, sino que en un acto simultáneo, desde el corazón de los hombres la energía se expande a lo largo de la superficie terrestre unificando a la humanidad en términos de amor y armonía, ayudando así al proceso ascensional y a crear un perfecto equilibrio entre lo masculino y lo femenino.

Además, los cuarzos cristalinos que yacen en el subsuelo de la península, en los que se inscribieron desde tiempos ancestrales diversas frecuencias vibratorias y un legado de conocimientos, son también reactivados con el impulso energético del gran ceremonial.

Asistir a esta Ceremonia de Activación y Luz permite experimentar ─del 27 o 28 de abril al 2 de mayo de cada año─ un acto tradicional de grandes dimensiones al rememorar la sabiduría de la tierra sagrada de los mayas, a la vez que da la oportunidad de acercarse a los centros ceremoniales en un nivel de conciencia pleno, contactar la energía sublime y expandirla por los cuatro rumbos del Universo.

De este modo, el Kinich Ahau propicia la iluminación colectiva, emana la sabiduría trascendental, amplifica la capacidad cognitiva, irradia paz y extiende, de manera simbólica, el amor incondicional.